9.2.12

No he sido spinetteano, a qué negarlo, y no me subo fácilmente a los homenajes , sin embargo hoy, el mundo es un poco peor.

En el Sarmiento





Viajar es una experiencia múltiple. Me refiero a viajar por la ciudad. Insisto en aclarar, me refiero a los que viajamos en algún medio de transporte público para asistir a trabajar o a estudiar, o a lo que sea.
Viajar, entonces, puede ser la entrada, una ventana al menos, para algún tipo de acercamiento a alguna forma de realidad.
Para la Oveja Negra que viaja en el Sarmiento, el viaje en tren en este caso, es una más.
Sí, sí, yo sé que efectivamente viajamos como el orto.
Sin embargo, salgamos rápidamente de los tonos al estilo del blog viajecomoelorto punto no sé qué, digno de una viajante del colectivo de la línea 12, más que del Sarmiento.
En la habitualidad de ir e ir, e ir en el tren, se puede escuchar música, leer, conversar o simplemente viajar y aguantársela.
También se puede mirar. Se puede incluso, a veces, mirar y pensar.
De Once a Moreno hay un mundo, hay la ciudad, un pedazo de lo real.
Las vestimentas, los peinados, las ropas, el uso, lo gastado o no de los cuerpos, las pretensiones, la dignidad de las posturas, la absoluta falta de posturas en los que se bajan últimos. Y más. Pero veamos.
Ciertamente hay dos momentos pico en el día en los que cualquier elegancia es un absurdo. La hora pico en el Sarmiento es absolutamente demencial, y simple: hay más gente (mucha más) de las que las formaciones pueden albergar. Estamos todos apretados, subiendo por las ventanas, apelmazados. No crea que después de esos horarios pico es un lujo, pero antes, o después hay una incomodidad un poco mas suelta, hay la chance de sentarse, hay personajes, hay chicas.
Hay obreros.
Me permito una digresión con respecto a que de verdad hay obreros nuevamente en el Sarmiento, es decir, después del desastre de los noventa y ver solo cartoneros, y tristeza, y humillación, veo formando parte del elenco de Sarmiento a muchísima gente que viene al trabajo, con todo lo que eso implica.
Podríamos recordar, algunos, la canción de Marcialli Los Obreros de Morón si quisiéramos anotarnos un punto nostalgioso, pero quiero ser afirmativo en este caso, y remito brevemente que muchos de los que suelen subirse por las ventanillas en Morón vuelven a ser empleados; no está mal que las canciones que decían algo, vuelvan a hablar en estos días.
Fin de la digresión para retomarla en breve, pero, ahora, sígame por aquí, pasemos al famoso furgón del Sarmiento.
Se juega a los naipes. Se toma cerveza, vino, y fernet. Se fuma mucho, y de lo que hay. Se mezclan los estilos y los sexos _se incluye al tercero_ predomina allí, sí, lo peor del barrio, sin embargo, generosos, nos permiten viajar allí, y beber, y fumar, como a todos los viajantes del oeste.
Cuando el tren está muy lleno, es allí, el lugar mas “pesado” del tren, el lugar en el cual más claramente se abre paso la solidaridad simple, la ayuda necesaria para lograr bajar en la estación que sea, más, si alguien, desprevenido, va allí con niños puede esperar algún rápido intento si no de comodidad, al menos de protección.
En el Sarmiento los vendedores ambulantes se sienten dueños del tren, no parecen haber pertenecido nunca a otro lugar que allí, vendiendo revistas de crucigramas, billeteras, bebidas, panchos, chocolates, y hasta música.
Venden discos a cinco pesos, truchísimos. Grandes éxitos de lo que quieran. Hey! oiga, si se imagina un grandes éxitos de Gustav Malher usted nunca salió del balcón terraza contrafrente, siga adelante en el auto, y amárguese con la congestión de la autopista y esas cosas.
Termino, por ahora, observando las miradas. Hay una mirada que perturba, que me perturba.
Ciertamente que detrás de esos ojos se acomodan las postergaciones, la exclusión, y el silenciamiento. Esos ojos gritan, hoy, que deben entrar una vez más a formar parte del país visible, del país al cual ellos o al menos algún cercano familiar, han formado parte alguna vez.
Porque Oveja Negra sabe que hubieron días felices, y sabe cuándo fue, y sabe que es posible volver a entrar a ese país, es que conjetura esperanza y ganas, y rebeldía detrás de algunas miradas torvas, en lugar de miopes teorías acerca de la inseguridad.
DL

Recuperar la Lengua ( no solo es una Ley)


A la nosotros no nos gusta cuando en ficción _para no abundar acerca de la pobreza del lenguaje televisivo_ alguien que pretende contar algo acerca del ámbito social de lo que “está al margen” por lo menos del circuito económico-simbólico habitual, nos habla desde el lugar, desde el “como si”, de un compañero que vive en un asentamiento, al costado del camino, digamos un "villero" para usar un término más bien de radio 10, utilizando lo que quién cuenta cree que sería el lenguaje habitual de quién es relatado.

Sostenemos firmemente que si bien es solo un ejercicio narrativo, una posibilidad, un recurso, para hablar acerca de un compañero nada mejor que lo cuenten en el lenguaje mismo del que escribe o relata.

Es una época de batallar por la palabra.

Ciertamente, la lucha actual está rigurosamente trazada por lo político, y más aún, dentro de una lucha por la autonomía del lenguaje.

Es verdad que más allá de una elección estética, preferimos que la lengua se despliegue en toda su riqueza, entendida ésta para cada quién y en cada lugar. En todo caso, la politización real está en cómo circula y dónde.

De todas las batallas que se libran en la sociedad en estos días, no es para nada menor la de la autonomía y liberación de la subjetividad. Hay una política de la lengua popular, que si bien no puede ser legislada, se puede situar en ese escalón, en ese umbral de disputa. Un debate paralelo a los beneficios que puede y deberá traer la discusión democratizadora de la ley de medios, es el del lugar que tenemos que comprometernos a darnos en el orden puro de la lengua.

Un modo de aprovechar momentos politizados y de ebullición en el marco del lenguaje debería trascender el marco legal (indispensable, naturalmente) de una democratización legislativa.

Debería ser tarea, y depende de quienes usemos la lengua en cualquier ámbito, no solo reproducir más de lo mismo pero en diferentes foros, sino producirla de manera novedosa y de todos, con el enriquecimiento propio que una lengua adquiere a partir de la materialidad histórica de su acervo popular.

Defender con la misma energía la posibilidad de utilizarla afirmativamente y siempre en un intento de superación, enriqueciendo, creando para mejorar.

En todos los ámbitos en los que las organizaciones populares están dando la batalla, la palabra que los describe también se pone en guardia. Deberíamos buscar desde cualquier lugar que nos competa, la manera de restituir en la lengua el casillero libre y soberano que cada uno de nosotros, como integrantes del campo nacional y popular, tenemos. Deberíamos insistir en propugnar, alentar y experimentar para darle el lugar que nuestra palabra ha tenido siempre entre nosotros y al margen de las palabras oficiales a pesar de los impedimentos y de la exclusión cultural que construyeron los monopolios de lo berreta.

No nos inundaron solo de Tinelli, Legrand y Gímenez, sino que no dejaron espacio para nada más.

El estado deliberativo y de lucha en el que nos encontramos debe aprovecharse de los beneficios que se derivarán si la ley de medios es bien utilizada y extendida. El desafío será reponer nuestra elegancia a esa palabra en disputa. La politización de la sociedad abrió un hueco para que se asome lo popular, que no es nada berreta.

Efectos es un detalle. Ubiquemos el detalle donde va. Un espacio donde poner una palabra y no nos dejemos llevar por el ruido sordo de la pelea leguleya sin más: allí donde hay lenguaje, tenemos que imponer nuestra riqueza. Probablemente el desafío sea utilizar la palabra con la eficacia que el momento exige.

Hay que poner un uso de la lengua en juego. Esto es, hay que ponerle el nombre, darle significados fuertes y, probablemente, ser mejores.

Daniel Lago